Alejandro Jara Villaseñor
(Autobiografía yoica, egofílica y poco autocrítica)
Nací a mediados del siglo pasado entre volcanes y
pirámides aztecas. Me arroparon dos muy buenos padres que casi siempre se
preocuparon por mí. De infancia apacible y juguetona, bajo un manto guadalupano
y dos hermanas educadoras, empecé a escudriñar el más allá de las cosas gracias
a un hermano “especial”. Estudié ingeniería, tal como debe de ser, y en estudios de especialización en el
extranjero -donde viaje por fuera y por dentro-, revisé mis hábitos
ingenieriles y los colgué pronto en un perchero, reconociéndome como
titiritero. Mi primera función: en una estación del metro de París.
El consejo de tres maestros del oficio me llevó a la
milenaria e infinita senda titiritera.
Llegué a Tlaxcala como profesor de lenguas y con la ayuda
de lo Alto hicimos un festival -que ya cumplió siete lustros-; al poco tiempo
le brotó un hijo: el Museo Nacional del Títere, y con su nacimiento culminé dolorosamente
mi ciclo mexicano.
Mas el mundo me abrió las puertas y lleno de dudas acepté
el desafío.
Con maleta de títeres y morral de viajero andé por
diecisiete países continuando la antigua tradición.
Me fijé en Venezuela, cuando una lechuza titiritera me
ofreció su corazón; también nos nació una hijita que desde pequeña aprendió a
volar.
Y sigo con los títeres, dando funciones, charlas, procreando
exposiciones y festivales. En Aragua ya van diez y pronto en otros estados.
Con la edad, uno comprende que este oficio, más allá de nutriente
del ego sirve para sanar, y desde hace tiempo, inspirado en chamanes
precolombinos, practicamos laTiteroterapia en clínicas, hospitales y en la
calle, donde es urgente titiritear.
Y ahora, hurgando por las flores y cantos de mi corazón,
me han brotado inmensas ganas de escribir…
¿Cómo es tu proceso para escribir?
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Aquello está ahí, arriba: virgen, misterioso, desconocido… ¿Cómo lo abordo? Su conquista va más allá de mí; las armas: un lápiz, el silencio y la humildad. No sé qué sea lo que baje, pero mi corazón y mi esencia lo presienten y se alegran… El milagro ocurre: escribo.LA IGUANAAquí estoyarriba de un árboltomando el soldesde cerquitapara que las jóvenesno me interrumpan.Me gusta mirarloél me iluminay medito en el pasadoen los ancestrosel tiranosaurio rexel anquilosaurio…Ah, qué tiempos aquellos.Bueno,con el tamaño ya disminuidonuevamente digo:aquí estoyesperandoa que los transeúntesme tiren un poco de comidacorrer rápido tras ellospara que no me piseny que de esa plantanazca la flor…Acepto mi realidady con ella los placeresde esta vida de iguana.Ya vendrán tiempos mejoresquizá.No me preocupanpues mi destinoy mi razón de seres:estar.Así quesimplemente¡aquí estoy!
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Poco a pocomis alas se sacudieronmas el canto no brotó en mí,las sulfurencias de la sangreinundaron mi cuerpo, casi inerte.Y volé, volé al pasadoal gogó de mis entrañas…Súbitamente se presentó:ella estaba allíla melindrosala poderosadanzando conmigo a grandes zancadas…Y los dos fuimos unoy el uno se hizo dos.Volamos y volamosy al finalellael águila majestuosame tomó en su picollevándomeal más acáal comecome del aquídiciéndome al oído:soyez bienvenu!