sábado, 24 de marzo de 2018


Bartolomé Cavallo
Relatos.

Amor Brujo 

            Tu madre no pudo haberte escogido mejor nombre: Candela, aun sin saber en lo que te convertirías cuando hubieras llegado a la adolescencia. Candela es un hermoso homenaje a las llamas moribundas de los amores de pensiones, de esos que solo quedan en el recuerdo de las camas desvencijadas; de esos que se perciben cuando uno está mirando la vela y te ve al compás de lo que el viento quiere hacer; de esos que se debilitan de tanto amar; de esos que se fueron con tu tongoneo de bailarina de calle; aprendido al repiqueteo del tambor y la guarura.

            Esto es lo que queda de leña y tú me decías que ese árbol era suficiente; que lo atizara cada media hora; que me sirviera los tragos muy lentamente para que me alcanzara hasta la mañana cuando tú regresaras; claro, estoy hablando solo, esperando ver cómo cae la última gota de ron y ya el 25 seré otro; más viejo, con el cartel en la puerta con mi nombre de Carmelo, oyendo pasar las gentes con sus melodías de De Falla en medio de píccolos y oboes; violines, violas y contrabajos martillando, taladrando, ahuecando mis sienes.

            Ya no hay espacio para el dolor.

            Ahora te percibo como un espectro, como ese que se interpuso cuando yo le abrí las rendijas para que el agua penetrara; y te fuiste haciendo suya en medio de mis agonías. No te culpo, fuiste así desde tus primeros pasos, desde que entendiste que tu figura de danza gitana sería para atraer a los hombres como a mí; claro, ya viejo y desgastado, con ansias de todavía tenerte. Poseer esas nalgas sedosas que brincaban con espasmos involuntarios; agarrar tus pezones diminutos para saborear esos hilillos de leche tierna y virgen y dulce y ya la miel es ácida delante de esas teticas puntiagudas para guindar tus ropas como aparador movedizo en medio de la habitación; lamer cada bello sin rasurar, oler tus hondonadas con perfume de bestia herida, donde los fluidos me permitían levantarme todavía.

            Ahora no.

             Poseer todas tus estribaciones y pasarle la lengua enjuta, amarga, sin papilas que el licor se llevó, con la saliva que se me sale por las comisuras porque ya no tengo fuerzas para cerrar la boca y tú allí, solo en fotos, en recuerdos, en paredes sin pintar, en el último jabón con que te bañé los sudores mortecinos de aquel, de aquellos, del semen aún tibio cuando te esperaba sentado en el descompuesto catre que ahora luce como mortaja de amor; y yo te abría la puerta y tú con los labios a medio  pintar o lo que ese te dejaba o lo que esos te dejaban; no me digas lo que te hizo, no me digas lo que te hicieron; ya con la pesadez de los años y esta botella vacía no me  permiten ordenar mis pesares.

            Caminar me cuesta y tú lo sabes; solo arrastrarme por el suelo como cuando tú lo hacías para que yo te olfateara y siguiera tus latidos de cabaretera sin cabaret, dando saltitos de rana cuando es ahuyentada por las serpientes; escondiéndote detrás de tus ropas transparentes y yo sin poder alcanzarte, solo mi hombría buscando aliento cuando también tuve 20 años, pero ahora no; ahora es el ron y los pensamientos y esta sed que me imposibilita sacarte los gemidos que antes se me hacían rutinarios y a cada rato; cuando llegabas a sabiendas que los otros te habían sacado los tuyos y los de ellos.

            No me preocupa que bailes de esa forma tan tuya desde niña; ni que te muevas como culebra buscando salir del canasto al compás de la flauta, ni que puedas hacer el amor sin descansar, ni que los hombres del barrio pronuncien mil veces tu apelativo, ni que te llame en medio de la noche y tú no regreses. Hoy, 24 de diciembre, solo quiero descansar y escogerte el vestido más diminuto y llevarte ante él o ante otros, como antes, y yo me quedo con mis años en el recuerdo, observando tu último resplandor en el recodo de la calle; oyendo los villancicos desde afuera y sabiendo que adentro está el coro infantil y las gentes atenta ante los acordes y los arpegios; y yo en el frío de las aceras.

            Así que si hubo amores brujos en el cerebro de De Falla, también los hay en el mío; mientras los niños destapan sus regalos, yo destapo mis remembranzas, con la imagen tuya moviendo tus caderas y ya el tambor se hace lejano, aterido, noctámbulo a las cuatro de la madrugada, y yo yendo cada minuto a la ventana sin vidrio a ver si se te ocurre regresar; a ver si algún auto se detiene en la puerta como lo hacía cuando tú vivías conmigo; cuando yo te esperaba detrás del pórtico para no detectar mi presencia de hombre celoso; de cazador sin arma a la espera de la presa que llegara sigilosamente y te despedías con el más tierno beso de amante dominical; mientras yo te palpaba, a lo lejos y sin poder decir: ¡Desgraciado!

            Si aquello es un ballet, esto es una tragedia, con sus coros y las anagnórisis y Artemis resplandeciente todavía en la mañana; y yo desde mi almena de tabla descascarada, tratando de oír el motor de cualquier carro para ver si eres tú, de esas pisadas tuyas que yo sabía que eran tuyas aún en medio de miles de pisadas;  para ver si veo la última pantaletas que te pusiste delante de mí; para oler el poquito de perfume del frasco que yo te regalé cuando fui al campeonato mundial de beisbol; en esa temporada donde me firmaron al profesional.

             Después viniste tú y ya no bateaba como en mi primera estadía en los campos dominicanos; primero con tus grupas, que eran estrais sin tirarle; esa manera particular de mover tu cintura, que nadie en el estadio lo podía imitar; después el uniforme de bachillerato que te fuiste quitando lentamente a los trece añitos y yo casi haciendo batazos en el aire como en los entrenamientos cuando era el mejor prospecto de la selección, no había lanzador que me ponchara; pero tu presencia se interpuso entre la fama y la recta de 90 millas; y el entrenador reclamándome mi poca preparación para el juego más importante de mi carrera; “no sé qué me pasa, no tengo fuerzas” -le decía-, mentiras, claro que sabía.

            De la pelota vino el tan tan del tambor y todos los sonidos juntos, y De Falla se fue haciendo pequeño, impenetrable, enigmático, y tu nombre se esparcía por todo el vecindario, y yo buscando para complacerte, haciendo cualquier cosa, pintando casas de ricos y comparando con lo que te podía dar; el cuarto escarapelado, lleno de goteras, con los recuerdos fijados en cada resquicio de los cables al aire, el vidrio que jamás se puso, el chorro nunca bien trancado, las sábanas descoloridas y tus fotos de cuando estabas estudiando, tu memoria de jovencita bien acomodada, el liceo privado sin terminar, y yo en el centro.

            Vimos Amor Brujo en el teatro y yo sabía que Candela eras tú, por coincidencias, sin espabilar, aguantando la respiración; solo dejando correr tu mano en medio de mi  pantalón, con tus faldas diminutas, tus destrezas de costurera experta agarrando un remiendo, y yo no entendía el ballet, solo oía a la orquesta y nada me distraía entre el director y tus piernas. Atrás quedaron las gradas, las gorras, los fanáticos y tu familia. Nadie vino después, nadie supo más de ti, solo yo, de espaldas, en silencio, como el califa buscando al genio de entre la botella.

            De Falla desapareció.

            Ahora, en este nuevo diciembre sin ti, solo me quedan los recortes de los periódicos, las estadísticas, las promesas y tus recuerdos; el primer cliente; ese primer olor a hombre que no era yo; la primera botella que tú trajiste porque te la regalaron como premio a tus malabarismos en la cama;  el primer pago de tu cuerpo, la primera noche que saliste sin mí, los encuentros en la playa, la hierba y otras, los alcanfores y las cervezas. Ya es 25 y el Niño Jesús tuvo que haber nacido ya. Ahora empaqueto nuevamente tu regalo que ya deben ser 16 o 17 años que lo vuelvo a guardar en su mismo sitio.

            
Montañas, acuarela de Debora Arango.

           

         

Por una espuela 
            Hoy recuerdo los tangos de Gardel…Por una cabeza, de un noble potrillo, que justo en la ralla, afloja al llegar…las tardes quietas del campo, las del café cerrero; el aroma de pomarrosa en flor; como tú, con tus abultaciones de pomarrosa mientras yo; sin los lamentos de las estribaciones; sin los quejidos de los cuartos solos; sin las contemplaciones a medio mirar.
            Y que al regresar, parece decir, no olvides hermano vos sabes, no  hay que jugar. Así te fui perdiendo, como el potrillo que ya no quiso más y se tiró al suelo; entre líquido derramado en copa rota por mi torpeza; entre botellas desparramadas en medio de las barajas marcadas, apostando a la sota de bastos sabiendo que iba a salir la de oro; a la merced del humo, la gallera y Gardel…por una cabeza, metejón de un día, de aquella coqueta y risueña mujer, que al jurar sonriendo, el amor que está mintiendo…
            Él me jugó con cartas marcadas y yo perdí como juguete tú, con cartas nauseabundas que tú conocías, y yo como el ave desprevenida que no conoce la trampa jaula;  me adentré buscando tu esplendor, buscando la pomarrosa de tus verijas; tratando de ver qué había más allá de ese vestidito anaranjado que te pusiste para ir a los gallos.
            Yo el gallo.
            Pero a los mejores gallos le salen mejores gallinas; porque la raza la da la hembra, y el macho solo sirve de complemento, y yo fui el complemento. Quema en una hoguera todo mi querer…por eso aposté todo; entre líquido lavagallos y perfume de gallina macha. Pero perdí en líquido de botella y en líquido de piernas cristalinas, torneadas al calor de tus 15 años; mientras mis 60 se desfiguraban en tus adentros.
            Por una cabeza, todas las locuras, su boca que besa, borra la tristeza, calma la amargura…
Gallina pollita, gallina tiernita, gallina menuda que sales al patio en medio de las demás gallinas; pero no hay gallo que te cubra; no hay respuesta al nido sin postura; ni a la jaula con puerta de alcornoque; ni cama para dos…
            Por una cabeza, si ella me olvida, que importa perderme mil veces la vida, para qué vivir…
            Cada pluma tuya es el reflejo cimarra del candil del nido sin sombra, donde tú guardabas al carnero viejo y tú con el hacha dispuesta debajo de ese vestidito anaranjado y las rodillas a medio abrir.
            Las espuelas se me partieron en pluma sin afeitar,…cuantos desengaños, por una cabeza, yo juré mil veces no vuelvo a insistir, pero si un mirar me hiere al pasar, su boca de fuego otra vez quiero besar…por favor, quítame a Gardel.

BARTOLOMÉ CAVALLO CUENTA QUE...

Me vine en 1974 desde San Felipe en Yaracuy para estudiar química en el Pedagógico de Maracay, dado que en ese momento no había en ese estado educación universitaria y todos los que querían estudiar debían de trasladarse a Mérida, Barquisimeto, Valencia, Maracay o Caracas. Me matriculé, pero una semana antes debí -no sé por qué lo hice- acompañar a una amiga a una casa vieja que quedaba -todavía queda- en la avenida Bolívar, allí en la Barraca, que resultó ser la Escuela de Arte Dramático. Eran las dos de tarde y estaban ensayando la pieza "Alí Babá y las cuarenta gallinas ", dirigida por Ramón Lameda. Para mí fue una revelación ya que nunca había visto una obra de teatro; -bueno, era un ensayo, pero tampoco había visto un ensayo- ; le pregunté al director que cómo hacía uno para estudiar eso. Fácil -me respondió- te vienes por las noches -de 6 a 10 pm- y ya está. Efectivamente a las seis estaba allí y desde ese entonces no he dejado de hacer teatro -ahh...no he vuelto por el Pedagógico-. Desde lo escénico he actuado, dirigido, escrito, organizado, he dado clases, trabajado en barrios, universidades, cárceles, colegios y cuanto espacio sea posible. Varios años después fui actor precisamente en esa obra, con el Grupo La Misere, dirigida por Ramón Lameda; la cual paseamos por toda Venezuela.

Después me licencié en Educación y he hecho algunas maestría y especializaciones. Me he ganado algunos premios e intento aprovechar la jubilación por el Ministerio de Educación para dedicarme de lleno a la escritura.