Bartolomé Cavallo
Relatos.
Amor Brujo
Tu
madre no pudo haberte escogido mejor nombre: Candela, aun sin saber en lo que
te convertirías cuando hubieras llegado a la adolescencia. Candela es un
hermoso homenaje a las llamas moribundas de los amores de pensiones, de esos
que solo quedan en el recuerdo de las camas desvencijadas; de esos que se
perciben cuando uno está mirando la vela y te ve al compás de lo que el viento
quiere hacer; de esos que se debilitan de tanto amar; de esos que se fueron con
tu tongoneo de bailarina de calle; aprendido al repiqueteo del tambor y la
guarura.
Esto es lo que queda de leña y tú me
decías que ese árbol era suficiente; que lo atizara cada media hora; que me
sirviera los tragos muy lentamente para que me alcanzara hasta la mañana cuando
tú regresaras; claro, estoy hablando solo, esperando ver cómo cae la última
gota de ron y ya el 25 seré otro; más viejo, con el cartel en la puerta con mi
nombre de Carmelo, oyendo pasar las gentes con sus melodías de De Falla en
medio de píccolos y oboes; violines, violas y contrabajos martillando,
taladrando, ahuecando mis sienes.
Ya no hay espacio para el dolor.
Ahora te percibo como un espectro,
como ese que se interpuso cuando yo le abrí las rendijas para que el agua
penetrara; y te fuiste haciendo suya en medio de mis agonías. No te culpo,
fuiste así desde tus primeros pasos, desde que entendiste que tu figura de
danza gitana sería para atraer a los hombres como a mí; claro, ya viejo y
desgastado, con ansias de todavía tenerte. Poseer esas nalgas sedosas que
brincaban con espasmos involuntarios; agarrar tus pezones diminutos para
saborear esos hilillos de leche tierna y virgen y dulce y ya la miel es ácida
delante de esas teticas puntiagudas para guindar tus ropas como aparador
movedizo en medio de la habitación; lamer cada bello sin rasurar, oler tus
hondonadas con perfume de bestia herida, donde los fluidos me permitían
levantarme todavía.
Ahora no.
Poseer todas tus estribaciones y pasarle la
lengua enjuta, amarga, sin papilas que el licor se llevó, con la saliva que se me
sale por las comisuras porque ya no tengo fuerzas para cerrar la boca y tú
allí, solo en fotos, en recuerdos, en paredes sin pintar, en el último jabón
con que te bañé los sudores mortecinos de aquel, de aquellos, del semen aún
tibio cuando te esperaba sentado en el descompuesto catre que ahora luce como
mortaja de amor; y yo te abría la puerta y tú con los labios a medio pintar o lo que ese te dejaba o lo que esos
te dejaban; no me digas lo que te hizo, no me digas lo que te hicieron; ya con
la pesadez de los años y esta botella vacía no me permiten ordenar mis pesares.
Caminar me cuesta y tú lo sabes;
solo arrastrarme por el suelo como cuando tú lo hacías para que yo te olfateara
y siguiera tus latidos de cabaretera sin cabaret, dando saltitos de rana cuando
es ahuyentada por las serpientes; escondiéndote detrás de tus ropas
transparentes y yo sin poder alcanzarte, solo mi hombría buscando aliento
cuando también tuve 20 años, pero ahora no; ahora es el ron y los pensamientos
y esta sed que me imposibilita sacarte los gemidos que antes se me hacían
rutinarios y a cada rato; cuando llegabas a sabiendas que los otros te habían
sacado los tuyos y los de ellos.
No me preocupa que bailes de esa
forma tan tuya desde niña; ni que te muevas como culebra buscando salir del
canasto al compás de la flauta, ni que puedas hacer el amor sin descansar, ni
que los hombres del barrio pronuncien mil veces tu apelativo, ni que te llame
en medio de la noche y tú no regreses. Hoy, 24 de diciembre, solo quiero
descansar y escogerte el vestido más diminuto y llevarte ante él o ante otros,
como antes, y yo me quedo con mis años en el recuerdo, observando tu último
resplandor en el recodo de la calle; oyendo los villancicos desde afuera y
sabiendo que adentro está el coro infantil y las gentes atenta ante los acordes
y los arpegios; y yo en el frío de las aceras.
Así que si hubo amores brujos en el
cerebro de De Falla, también los hay en el mío; mientras los niños destapan sus
regalos, yo destapo mis remembranzas, con la imagen tuya moviendo tus caderas y
ya el tambor se hace lejano, aterido, noctámbulo a las cuatro de la madrugada,
y yo yendo cada minuto a la ventana sin vidrio a ver si se te ocurre regresar;
a ver si algún auto se detiene en la puerta como lo hacía cuando tú vivías
conmigo; cuando yo te esperaba detrás del pórtico para no detectar mi presencia
de hombre celoso; de cazador sin arma a la espera de la presa que llegara
sigilosamente y te despedías con el más tierno beso de amante dominical;
mientras yo te palpaba, a lo lejos y sin poder decir: ¡Desgraciado!
Si aquello es un ballet, esto es una
tragedia, con sus coros y las anagnórisis y Artemis resplandeciente todavía en
la mañana; y yo desde mi almena de tabla descascarada, tratando de oír el motor
de cualquier carro para ver si eres tú, de esas pisadas tuyas que yo sabía que
eran tuyas aún en medio de miles de pisadas;
para ver si veo la última pantaletas que te pusiste delante de mí; para
oler el poquito de perfume del frasco que yo te regalé cuando fui al campeonato
mundial de beisbol; en esa temporada donde me firmaron al profesional.
Después viniste tú y ya no bateaba como en mi
primera estadía en los campos dominicanos; primero con tus grupas, que eran
estrais sin tirarle; esa manera particular de mover tu cintura, que nadie en el
estadio lo podía imitar; después el uniforme de bachillerato que te fuiste
quitando lentamente a los trece añitos y yo casi haciendo batazos en el aire
como en los entrenamientos cuando era el mejor prospecto de la selección, no había
lanzador que me ponchara; pero tu presencia se interpuso entre la fama y la
recta de 90 millas; y el entrenador reclamándome mi poca preparación para el
juego más importante de mi carrera; “no sé qué me pasa, no tengo fuerzas” -le
decía-, mentiras, claro que sabía.
De la pelota vino el tan tan del
tambor y todos los sonidos juntos, y De Falla se fue haciendo pequeño,
impenetrable, enigmático, y tu nombre se esparcía por todo el vecindario, y yo
buscando para complacerte, haciendo cualquier cosa, pintando casas de ricos y
comparando con lo que te podía dar; el cuarto escarapelado, lleno de goteras,
con los recuerdos fijados en cada resquicio de los cables al aire, el vidrio
que jamás se puso, el chorro nunca bien trancado, las sábanas descoloridas y
tus fotos de cuando estabas estudiando, tu memoria de jovencita bien acomodada,
el liceo privado sin terminar, y yo en el centro.
Vimos Amor Brujo en el teatro y yo
sabía que Candela eras tú, por coincidencias, sin espabilar, aguantando la
respiración; solo dejando correr tu mano en medio de mi pantalón, con tus faldas diminutas, tus
destrezas de costurera experta agarrando un remiendo, y yo no entendía el
ballet, solo oía a la orquesta y nada me distraía entre el director y tus
piernas. Atrás quedaron las gradas, las gorras, los fanáticos y tu familia.
Nadie vino después, nadie supo más de ti, solo yo, de espaldas, en silencio,
como el califa buscando al genio de entre la botella.
De Falla desapareció.
Ahora, en este nuevo diciembre sin
ti, solo me quedan los recortes de los periódicos, las estadísticas, las
promesas y tus recuerdos; el primer cliente; ese primer olor a hombre que no
era yo; la primera botella que tú trajiste porque te la regalaron como premio a
tus malabarismos en la cama; el primer
pago de tu cuerpo, la primera noche que saliste sin mí, los encuentros en la
playa, la hierba y otras, los alcanfores y las cervezas. Ya es 25 y el Niño
Jesús tuvo que haber nacido ya. Ahora empaqueto nuevamente tu regalo que ya
deben ser 16 o 17 años que lo vuelvo a guardar en su mismo sitio.
Montañas, acuarela de Debora Arango.
Por una espuela
Hoy recuerdo los tangos de Gardel…Por una cabeza, de un noble potrillo, que
justo en la ralla, afloja al llegar…las tardes quietas del campo, las del
café cerrero; el aroma de pomarrosa en flor; como tú, con tus abultaciones de
pomarrosa mientras yo; sin los lamentos de las estribaciones; sin los quejidos
de los cuartos solos; sin las contemplaciones a medio mirar.
Y que al regresar, parece decir, no
olvides hermano vos sabes, no hay que
jugar. Así te
fui perdiendo, como el potrillo que ya no quiso más y se tiró al suelo; entre
líquido derramado en copa rota por mi torpeza; entre botellas desparramadas en
medio de las barajas marcadas, apostando a la sota de bastos sabiendo que iba a
salir la de oro; a la merced del humo, la gallera y Gardel…por una cabeza, metejón de un día, de aquella coqueta y risueña mujer,
que al jurar sonriendo, el amor que está mintiendo…
Él me jugó con cartas marcadas y yo
perdí como juguete tú, con cartas nauseabundas que tú conocías, y yo como el
ave desprevenida que no conoce la trampa jaula; me adentré buscando tu esplendor, buscando la
pomarrosa de tus verijas; tratando de ver qué había más allá de ese vestidito
anaranjado que te pusiste para ir a los gallos.
Yo el gallo.
Pero a los mejores gallos le salen
mejores gallinas; porque la raza la da la hembra, y el macho solo sirve de
complemento, y yo fui el complemento. Quema
en una hoguera todo mi querer…por eso aposté todo; entre líquido lavagallos
y perfume de gallina macha. Pero perdí en líquido de botella y en líquido de
piernas cristalinas, torneadas al calor de tus 15 años; mientras mis 60 se
desfiguraban en tus adentros.
Por
una cabeza, todas las locuras, su boca que besa, borra la tristeza, calma la
amargura…
Gallina
pollita, gallina tiernita, gallina menuda que sales al patio en medio de las
demás gallinas; pero no hay gallo que te cubra; no hay respuesta al nido sin
postura; ni a la jaula con puerta de alcornoque; ni cama para dos…
Por
una cabeza, si ella me olvida, que importa perderme mil veces la vida, para qué
vivir…
Cada pluma tuya es el reflejo
cimarra del candil del nido sin sombra, donde tú guardabas al carnero viejo y
tú con el hacha dispuesta debajo de ese vestidito anaranjado y las rodillas a
medio abrir.
Las espuelas se me partieron en
pluma sin afeitar,…cuantos desengaños,
por una cabeza, yo juré mil veces no vuelvo a insistir, pero si un mirar me
hiere al pasar, su boca de fuego otra vez quiero besar…por favor, quítame a
Gardel.
BARTOLOMÉ CAVALLO CUENTA QUE...
Me vine en 1974 desde San Felipe en Yaracuy para
estudiar química en el Pedagógico de Maracay, dado que en ese momento no había
en ese estado educación universitaria y todos los que querían estudiar debían de
trasladarse a Mérida, Barquisimeto, Valencia, Maracay o Caracas. Me matriculé,
pero una semana antes debí -no sé por qué lo hice- acompañar a una amiga a una
casa vieja que quedaba -todavía queda- en la avenida Bolívar, allí en la
Barraca, que resultó ser la Escuela de Arte Dramático. Eran las dos de tarde y
estaban ensayando la pieza "Alí Babá y las cuarenta gallinas ",
dirigida por Ramón Lameda. Para mí fue una revelación ya que nunca había visto
una obra de teatro; -bueno, era un ensayo, pero tampoco había visto un ensayo-
; le pregunté al director que cómo hacía uno para estudiar eso. Fácil -me
respondió- te vienes por las noches -de 6 a 10 pm- y ya está. Efectivamente a
las seis estaba allí y desde ese entonces no he dejado de hacer teatro -ahh...no he vuelto por el Pedagógico-. Desde lo escénico he
actuado, dirigido, escrito, organizado, he dado clases, trabajado en barrios,
universidades, cárceles, colegios y cuanto espacio sea posible. Varios años
después fui actor precisamente en esa obra, con el Grupo La Misere, dirigida
por Ramón Lameda; la cual paseamos por toda Venezuela.
Después me licencié en Educación y he hecho algunas maestría y
especializaciones. Me he ganado algunos premios e intento aprovechar la
jubilación por el Ministerio de Educación para dedicarme de lleno a la
escritura.